EL MUSEO DE LA ILUSION
Proyecto Santa Monica. Colonia Villa Cristina, Tegucigalpa. HONDURAS
martes, 22 de enero de 2008
lunes, 21 de enero de 2008
Catalino
Érase… y sí que lo es, un lugar lejano de Honduras donde el sonido de los molinos que quiebran el maíz todavía se escucha dos horas antes de que salga el sol. Allí vivía Catalino, un cipote de costumbres muy familiares de esas que se conservan tal y como eran desde el primer catracho. Catalino parecía muy normal. Era como todos los cipotes de su colonia, él cumplía con sus obligaciones y cada día llenaba su cabeza con inquietudes. Solía subirse a una montaña cercana a la labranza de su familia. Allí se preguntaba cómo sería vivir allá lejos, donde su vista no lograba alcanzar.
Una mañana se levantó y replicó al gallo, -“Tengo un sueño”. Con estas palabras dejó al gallo mudo y se marchó. Agarró cuatro pesos, repartió millones de besos y abrazos, y se dirigió hacia donde salía el mínimo. Éste era el nombre que los chigüines de la comunidad chisteaban cuando nombraban al cuatro latas amarillo, que como el dulce sabor de los plátanos, alimentaba los viajes de su imaginación.
-“Buen día señor busero”.
-“Buen día, Catalino. ¿A dónde se dirige, pues?”
-“Marcho a donde nacen los sueños”.
-“¡¡Ay pues!! El diesel cuesta un peso, pero llevarlo será un placer.
Con su cara hinchada de satisfacción, pegada al cristal, sin perder detalle de los cerros, no supo en qué momento se convirtió en profundo sueño lo que antes veía realidad. Después de cinco minutos, despertó y volvió a exclamar, -“Tengo un sueño”. Imaginó que podía pintar bellas casas con el color de los ríos que veía a su paso. De hecho, dibujó humildes hogares como el suyo.
Andadas cien leguas, Catalino se alarmó con un olor que no le era conocido. No era como los olores de la cocina de su mamá, ni como la quema del monte antes de sembrar. Escuchó el continuo tintineo de unas campanillas que se dirigían hacia donde huían las bandadas de pájaros. En ese momento, se quedó dormido con ese amargo olor y al despertar exclamó, -“Tengo un sueño, quiero conseguir que los pájaros no se marchen de su casa”.
En la siguiente parada del mínimo, vio subir a unos jóvenes de aspecto extraño. Despertándole una sensación que jamás había tenido, los individuos desenfundaron sus armas dispuestos a arrebatar a los pasajeros lo que con duro esfuerzo habían ganado. Para colmo esto sucedía de camino al lugar donde nacen los sueños. Fue entonces cuando escuchó el estruendoso aleteo de un extraño pájaro. Miró luces rojas y azules que despojaron a los asaltantes de sus armas. Con la tranquilidad que arrulló sus pensamientos, volvió a quedar dormido sin esfuerzo. Y al despertar, volvió a exclamar -“Tengo un sueño, quiero devolver la quietud al camino de las fantasías.
Vivió mil y una aventuras: hombres de pantalones cortos que hablaban de raros resultados, 1-0 y 2-1 significaban empate, niños que cantaban a la voz de sus cuidadoras, poniéndoles notas al cuatro latas, miró gentes que dejaban volar sus sueños a la sombra de los pinos y caballos que cargaban bellos sentimientos, mujeres con trajes blancos que acompañaban a personas cansadas. Así pasaban las noches y los días. Y al amanecer Catalino cantaba como un gallo: -“Tengo un sueño”.
Una mañana un hombre le gritó: -“¿Qué es esa papada de ‘Tengo un sueño’? ¡Viaja usted con la cabeza llena de paja!”. Estás palabras lo desilusionaron y las siguientes noches durmió y descansó, pero dejó de soñar. Cada día se levantaba sin ganas de aprender ni de reír. Los días se llenaban de horas, minutos y segundos. Se olvidó del motivo de su viaje y se sintió solo.
Al llegar la noche ya estaba cansado de soñar, no dijo nada al despertar. Comenzó a andar con la pesada carga de las palabras de aquel hombre. Se paró y descubrió que un puñado de chigüines jugaban y parecían aprender a la sombra de un muro desnudo. Seducido por su risas se acercó a ellos y les preguntó, -“¿Cuál es la fuente de su alegría?”. Algunos contestaron que imaginaban ser pintores; otros bomberos, policías, futbolistas y los demás querían hogares en hermosos lugares, o ser profesoras, enfermeras,… y, de repente, uno de ellos gritó: “Yo no quiero sólo imaginar, me gustaría convertirme en una gran persona y no en una persona mayor porque lo que yo quiero es poder compartir”.
Con estas palabras nuestro joven aventurero recordó todos sus sueños, pero esta vez podía compartirlos: Los pájaros que regresaban, la quietud del camino de la fantasía,… Volvió a mirar el muro, testigo mudo del paso del tiempo y bien despierto exclamó:-“¡Es una realidad!!!”. Sintió que había llegado al final de su viaje, a aquel lugar al que se había encaminado el día de su partida. Con sus nuevos amigos trabajaron y “trabajan”, en esa pared que ya habla, gritando la inspiración de la felicidad. De este modo muestran con orgullo los objetivos de tan dignos dueños de la risa.
Esta es la historia de Catalino y de un puñado de cipotes que viven en aquel lugar donde nacen los sueños.
Una mañana se levantó y replicó al gallo, -“Tengo un sueño”. Con estas palabras dejó al gallo mudo y se marchó. Agarró cuatro pesos, repartió millones de besos y abrazos, y se dirigió hacia donde salía el mínimo. Éste era el nombre que los chigüines de la comunidad chisteaban cuando nombraban al cuatro latas amarillo, que como el dulce sabor de los plátanos, alimentaba los viajes de su imaginación.
-“Buen día señor busero”.
-“Buen día, Catalino. ¿A dónde se dirige, pues?”
-“Marcho a donde nacen los sueños”.
-“¡¡Ay pues!! El diesel cuesta un peso, pero llevarlo será un placer.
Con su cara hinchada de satisfacción, pegada al cristal, sin perder detalle de los cerros, no supo en qué momento se convirtió en profundo sueño lo que antes veía realidad. Después de cinco minutos, despertó y volvió a exclamar, -“Tengo un sueño”. Imaginó que podía pintar bellas casas con el color de los ríos que veía a su paso. De hecho, dibujó humildes hogares como el suyo.
Andadas cien leguas, Catalino se alarmó con un olor que no le era conocido. No era como los olores de la cocina de su mamá, ni como la quema del monte antes de sembrar. Escuchó el continuo tintineo de unas campanillas que se dirigían hacia donde huían las bandadas de pájaros. En ese momento, se quedó dormido con ese amargo olor y al despertar exclamó, -“Tengo un sueño, quiero conseguir que los pájaros no se marchen de su casa”.
En la siguiente parada del mínimo, vio subir a unos jóvenes de aspecto extraño. Despertándole una sensación que jamás había tenido, los individuos desenfundaron sus armas dispuestos a arrebatar a los pasajeros lo que con duro esfuerzo habían ganado. Para colmo esto sucedía de camino al lugar donde nacen los sueños. Fue entonces cuando escuchó el estruendoso aleteo de un extraño pájaro. Miró luces rojas y azules que despojaron a los asaltantes de sus armas. Con la tranquilidad que arrulló sus pensamientos, volvió a quedar dormido sin esfuerzo. Y al despertar, volvió a exclamar -“Tengo un sueño, quiero devolver la quietud al camino de las fantasías.
Vivió mil y una aventuras: hombres de pantalones cortos que hablaban de raros resultados, 1-0 y 2-1 significaban empate, niños que cantaban a la voz de sus cuidadoras, poniéndoles notas al cuatro latas, miró gentes que dejaban volar sus sueños a la sombra de los pinos y caballos que cargaban bellos sentimientos, mujeres con trajes blancos que acompañaban a personas cansadas. Así pasaban las noches y los días. Y al amanecer Catalino cantaba como un gallo: -“Tengo un sueño”.
Una mañana un hombre le gritó: -“¿Qué es esa papada de ‘Tengo un sueño’? ¡Viaja usted con la cabeza llena de paja!”. Estás palabras lo desilusionaron y las siguientes noches durmió y descansó, pero dejó de soñar. Cada día se levantaba sin ganas de aprender ni de reír. Los días se llenaban de horas, minutos y segundos. Se olvidó del motivo de su viaje y se sintió solo.
Al llegar la noche ya estaba cansado de soñar, no dijo nada al despertar. Comenzó a andar con la pesada carga de las palabras de aquel hombre. Se paró y descubrió que un puñado de chigüines jugaban y parecían aprender a la sombra de un muro desnudo. Seducido por su risas se acercó a ellos y les preguntó, -“¿Cuál es la fuente de su alegría?”. Algunos contestaron que imaginaban ser pintores; otros bomberos, policías, futbolistas y los demás querían hogares en hermosos lugares, o ser profesoras, enfermeras,… y, de repente, uno de ellos gritó: “Yo no quiero sólo imaginar, me gustaría convertirme en una gran persona y no en una persona mayor porque lo que yo quiero es poder compartir”.
Con estas palabras nuestro joven aventurero recordó todos sus sueños, pero esta vez podía compartirlos: Los pájaros que regresaban, la quietud del camino de la fantasía,… Volvió a mirar el muro, testigo mudo del paso del tiempo y bien despierto exclamó:-“¡Es una realidad!!!”. Sintió que había llegado al final de su viaje, a aquel lugar al que se había encaminado el día de su partida. Con sus nuevos amigos trabajaron y “trabajan”, en esa pared que ya habla, gritando la inspiración de la felicidad. De este modo muestran con orgullo los objetivos de tan dignos dueños de la risa.
Esta es la historia de Catalino y de un puñado de cipotes que viven en aquel lugar donde nacen los sueños.
Pintar los Sueños
Gustavo Martín / Lorena Alemán
Sindy observa el dibujo con detenimiento. Una de sus compañeras ha pintado una mujer policía coronada de mariposas. No lo entiende, esta ocupación está rodeada de valores masculinos que nada tienen que ver con el colorido de estos insectos. Paty una cipota bastante coqueta, pero que no duda en descalzarse a la hora de jugar a pelota con el equipo masculino, crítica el parecer de su compañera. Para ella el arco iris y las mariposas representan el lado femenino de la mujer, del que no quiere olvidarse, independientemente de que sea una profesión de ley.
Estos comentarios genera un amplio debate entre los chigüines que observan detenidamente el Museo de la Ilusión, una iniciativa que se ha desarrollado durante dos cursos en el Centro Santa Mónica. El objetivo es encontrar una vía de comunicación a través de la expresión artística en la que los alumnos reflejen pintando sus ilusiones. Así, una pared se ha convertido en un Museo en el que plasmar metas. Ser bombero, busero (chófer de guagua), maestro, enfermera o policía son algunas de las profesiones con las que sueñan. Una vez que los cuadros fueron expuestos se generó una serie de actividades paralelas que reforzaron los valores personales, como la creación de Catalino, cuento ilustrado con estas obras maestras.
El Centro Santa Mónica se convirtió en una plataforma comunicativa. No faltó de nada; radio, prensa y televisión. Por un mes los alumnos se convirtieron en reporteros, y encontraron el medio para dar a conocer sus sueños. La interpretación, gracias a una obra de teatro surgida a raíz de la experiencia, también fue un campo a investigar. Los participantes vencieron su vergüenza y se pusieron sobre las tablas para compartir y repartir.
El catracho es de carácter introvertido y poco comunicativo. Por ello, esta experiencia fue de lo más novedosa. Muchos de los artistas expresaron, incluso se plantearon, por primera vez qué querían ser de mayores. En esta parte del mundo lo importante es sobrevivir cada día y los objetivos se plantean a corto plazo.
Villa Cristina es una colonia problemática de la capital hondureña donde conviven las maras con aquellos que intentan salir adelante humildemente. Realizar una simple actividad, como plasmar una emoción en el papel, puede convertirse en una tarea freudiana ya que su baja autoestima les acomoda, en la antesala del saber, por miedo a un sobre esfuerzo de un futuro incierto. Por ello, Doña Nicha, que les ofrece con afecto las reprimendas a sus travesuras, Glenda, Berta, Pamela, educadoras que se esfuerzan en hacerles creer en sí mismos y ayudarles con sus estudios, las Marías, quienes les preparan riquísima comida, y junto a Javier coordinador del proyecto, dirigen la batuta del cariño que les va convirtiendo, no en persona grandes si no en grandes personas.
Tras 60 días de trabajo y 2 años de arduos pensamientos, surgió un nuevo feriado “EL DÍA DE LA ILUSIÓN”, Madres, educadores, aleros (amigos) voluntarios, representantes de ACOES y El Buen Samaritano fueron testigos del trabajo, nacido de la ilusión de estos jóvenes artistas. Ataviados de disfraces confeccionados por ellos mismos se vistieron de gala para recibir a los invitados y agasajarles con el fruto de su esfuerzo.
Estas obras de arte fomentan el intercambio de valores, a través del conocimiento. Con su esfuerzo personal y con un poquito de ayuda , quien sabe si llegarán a materializarse.
Este día el estruendo de los voladores y las risas enmudecieron el sonido de las Balas, que quitan vidas, sueños e ilusiones.
Estos comentarios genera un amplio debate entre los chigüines que observan detenidamente el Museo de la Ilusión, una iniciativa que se ha desarrollado durante dos cursos en el Centro Santa Mónica. El objetivo es encontrar una vía de comunicación a través de la expresión artística en la que los alumnos reflejen pintando sus ilusiones. Así, una pared se ha convertido en un Museo en el que plasmar metas. Ser bombero, busero (chófer de guagua), maestro, enfermera o policía son algunas de las profesiones con las que sueñan. Una vez que los cuadros fueron expuestos se generó una serie de actividades paralelas que reforzaron los valores personales, como la creación de Catalino, cuento ilustrado con estas obras maestras.
El Centro Santa Mónica se convirtió en una plataforma comunicativa. No faltó de nada; radio, prensa y televisión. Por un mes los alumnos se convirtieron en reporteros, y encontraron el medio para dar a conocer sus sueños. La interpretación, gracias a una obra de teatro surgida a raíz de la experiencia, también fue un campo a investigar. Los participantes vencieron su vergüenza y se pusieron sobre las tablas para compartir y repartir.
El catracho es de carácter introvertido y poco comunicativo. Por ello, esta experiencia fue de lo más novedosa. Muchos de los artistas expresaron, incluso se plantearon, por primera vez qué querían ser de mayores. En esta parte del mundo lo importante es sobrevivir cada día y los objetivos se plantean a corto plazo.
Villa Cristina es una colonia problemática de la capital hondureña donde conviven las maras con aquellos que intentan salir adelante humildemente. Realizar una simple actividad, como plasmar una emoción en el papel, puede convertirse en una tarea freudiana ya que su baja autoestima les acomoda, en la antesala del saber, por miedo a un sobre esfuerzo de un futuro incierto. Por ello, Doña Nicha, que les ofrece con afecto las reprimendas a sus travesuras, Glenda, Berta, Pamela, educadoras que se esfuerzan en hacerles creer en sí mismos y ayudarles con sus estudios, las Marías, quienes les preparan riquísima comida, y junto a Javier coordinador del proyecto, dirigen la batuta del cariño que les va convirtiendo, no en persona grandes si no en grandes personas.
Tras 60 días de trabajo y 2 años de arduos pensamientos, surgió un nuevo feriado “EL DÍA DE LA ILUSIÓN”, Madres, educadores, aleros (amigos) voluntarios, representantes de ACOES y El Buen Samaritano fueron testigos del trabajo, nacido de la ilusión de estos jóvenes artistas. Ataviados de disfraces confeccionados por ellos mismos se vistieron de gala para recibir a los invitados y agasajarles con el fruto de su esfuerzo.
Estas obras de arte fomentan el intercambio de valores, a través del conocimiento. Con su esfuerzo personal y con un poquito de ayuda , quien sabe si llegarán a materializarse.
Este día el estruendo de los voladores y las risas enmudecieron el sonido de las Balas, que quitan vidas, sueños e ilusiones.
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